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Tres desaparecidos, tres familias, 41 años de búsqueda y lucha: los casos de Amalia Moavro, Claudio Slemenson y Hugo Daniel Trenchi.

  • por Ana Melnik para el Diario del Juicio
PH H.I.J.O.S. Tucumán


El secuestro y desaparición de sus hijos fue la trágica circunstancia del encuentro entre Nélida Moavro, Aída Willberg y Bárbara Minor Schumhz. Se conocieron y entablaron relación intentando dar con el paradero de sus hijos, en la Jefatura de Policía y Tribunales, buscando información e iniciando todos los trámites legales posibles. Sus búsquedas tenían varios puntos en común: Amalia Clotilde Moavro de Patiño, Claudio Alberto Slemenson y Hugo Daniel Trenchi Minor fueron secuestrados el mismo día, el 4 de octubre de 1975. Slemenson y Trenchi fueron secuestrados juntos.

María Moavro y Adriana Slemenson, hermanas de Amalia y Claudio declararon el pasado 13 de octubre. Ambas continúan, actualmente, la búsqueda iniciada por sus padres, con la misma firmeza y tenacidad, esperando encontrar los restos de sus hermanos y a la expectativa del fallo de la justicia.

María Moavro, además de declarar en este juicio por el secuestro y la desaparición de su hermana Amalia, continúa todavía -junto a su búsqueda-, la de su sobrina, la hija que Amalia tuvo en cautiverio entre marzo y abril de 1976.

Amalia tenía 27 años y un embarazo de 3 meses y medio. Fue secuestrada junto a su compañero, Héctor Mario Patiño, el 4 de octubre por la madrugada. Por entonces vivían en una casa en la calle San Miguel 623. Élla era profesora de francés y él arquitecto. Ambos militaban en la organización Montoneros.
En el momento del secuestro, además de Amalia y Héctor, estaban presentes en la casa los padres de Amalia. Los militares los ataron y vendaron, y los metieron debajo de una cama. Mientras se llevaban a su hija y su yerno, pudieron escuchar cómo éste gritaba, pidiendo a los uniformados que tuvieran consideración por el embarazo de Amalia.

María vivía por entonces en Buenos Aires, y viajó a Tucumán para acompañar a sus padres. El lunes 6 de octubre, Nélida Moavro, su madre, amaneció en la Jefatura, y en un diálogo con el Jefe de policía, Roberto Albornoz, éste le confirmó que su hija y yerno estaban detenidos ahí.

La búsqueda de su hija y, posteriormente, la de su nieta, transformó la vida de Nélida, afirma María Moavro: “mi mamá pasó de ser una ama de casa a una militante de derechos humanos”. Fue una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de Mayo, tesorera de la primera casa de Abuelas. Viajó al exterior en numerosas ocasiones para declarar ante organismos internacionales, y formó parte del proyecto de creación del Banco Genético de Datos.

En una primera instancia, presentaron habeas corpus. Todos los días iban a la Jefatura, esperando poder verlos. Finalmente, un oficial, de apellido Sirnio, les confirmó que tras 5 días de estar detenidos en la Jefatura, habían sido trasladados a "la Escuelita de Famaillá". Éste oficial, a su vez, les recomendó que se comunicaran con el Dr. “Pololo” Villafañe. Villafañe era un médico de la zona de Famaillá, se estima que asistía a los secuestrados en la Escuelita (en una ocasión, durante un encuentro, le dijo a Nélida Moavro: “la tengo que dejar señora, están llegando unos aporreados y tengo que presenciar el interrogatorio”). Éste médico, que accedió a encontrarse con Nelida, le aseguró que los militares tenían una consideración especial hacia su hija por su embarazo, les dijo "le habían concedido una silla para sentarse y le permitían caminar por el patio unos minutos al día".

La familia Moavro recibió ayuda del Dr. Ángel Pisarello, uno de los pocos abogados que colaboraba por entonces a los familiares de desaparecidos. Pisarello tenía toda la documentación del caso, inclusive la escritura de la casa en que vivían Amalia y Héctor. Es importante tener en cuenta este dato, ya que, posteriormente, en junio del 76, Ángel Pisarello fue asesinado y su estudio bombardeado.


Durante el año 75, en una de las visitas de Nélida a la “Escuelita”, un conscripto, de apellido Cruz, le confesó que sabía quien era a su hija (la identificaban como “la rubia” o “la profesora de francés”), que estaba bien y que el embarazo continuaba. También le recomendó que no buscasen más a su yerno, Héctor Patiño, “porque no existía”.

A partir del desalojo de la “Escuelita”, entre febrero y marzo del 76, no volvieron a obtener ningún dato sobre el paradero de Amalia. Los Moavro deciden entonces trasladarse a Buenos Aires. En 1984 Nélida recibió una llamada telefónica anónima, en la que le dijeron que siguiera buscando porque había tenido una nieta.

Trazaron un radio de búsqueda, visitaron orfanatos y hospitales de Tucumán, Santiago, Buenos Aires y Córdoba. Revisaron todo tipo de registros en oficinas públicas, partidas de nacimientos; pero nunca obtuvieron un dato certero.

Durante esos años Nélida recibió numerosas amenazas, le pintaron el frente de su casa de Buenos Aires, bajo la firma de un comando de Tucumán.

El caso de Amalia Moavro permite entender igualmente otra dimensión de los crímenes perpetrados durante el Operativo Independencia. “Quiero mencionar la apropiación de bienes que hubo detrás del crimen y de la muerte. Hubo robo y peor corrupción de la que estamos hablando hoy”, sostiene María.

Además de la desaparición de su hija, su yerno y su nieta, los Moavro fueron víctimas de la apropiación ilegítima de bienes. La casa en que vivía la pareja pertenecía a Nélida. La escritura de la misma se perdió cuando el estudio de Pisarello fue bombardeado. María pudo averiguar, durante los últimos años, en la oficina de Catastro, que la deuda de rentas figura bajo el nombre de un policía, Francisco Devani. Éste sería su actual propietario.

Durante el año 76, su padre entregó dinero a personal del ejército que se contactó con él, a cambio de información. Finalmente, firmó una escritura a favor de una sociedad anónima, de un terreno de su propiedad, ubicado entre las calles Córdoba y Pueyrredón, en la ciudad de Buenos Aires. El arreglo con los militares era que le entregarían con vida a su hija. Pero nunca obtuvo ninguna información y tampoco volvió a ver a su hija.

“Lo más difícil es que uno no puede hacer duelo, porque no puede enterrar a nadie”, afirma María emocionada. Su padre falleció en el año 76, enfermo y triste, “a mi padre lo llore, lo enterré e hice duelo, con mi hermana no pude hacer lo mismo”. Nélida Moavro falleció en el año 96. “A la búsqueda, nosotros la seguimos”, asegura María.


Adriana Slemenson, declaró por el secuestro y desaparición de Claudio, su hermano mellizo. En 1975 tenían 20 años y vivían en Belgrano, Capital federal.

Claudio Slemenson era un dirigente político conocido: había presidido la Unión de Estudiantes Secundarios y formaba parte de la rama juvenil del Movimiento Peronista Auténtico, como miembro de la dirección general. En el 74 egresa del Colegio Nacional Buenos Aires, y en el 75 empieza a estudiar Agronomía en la UBA. Al dejar la presidencia de la UES, durante el 75, realiza viajes por todo el país, a modo de cierre de lo que habían sido sus años de militancia como estudiante secundario y como presidente de la UES.

Adriana recuerda que cuando Claudio le comentó que venía a Tucumán, le preguntó si le parecía una buena idea, por los conflictos que estaban ocurriendo en la provincia. “No, yo soy de la UES, no me tiene por qué pasar nada”, fue su respuesta tranquilizadora.

El 4 de octubre, ya en Tucumán, cerca del mediodía, Claudio termina las actividades que tenía programadas durante su visita. Como tenía que esperar unas 4 horas para tomar el colectivo de regreso a Buenos Aires, Hugo Trenchi lo invita a almorzar a su casa.

Al llegar a la casa de Trenchi, había un grupo de militares armados. Hacía 3 horas que estaban apostados ahí, esperando. Nora Montesino, esposa de Trenchi, había sido encerrada en la casa. Los militares los envolvieron en sábanas y se los llevaron. Esta escena pudo ser reconstruida a partir de los testimonios de los vecinos y de lo que escucho Nora Montesinos desde el interior de la casa. Cuando los capturaron, pudo escuchar a Claudio gritar a viva voz: “¡Soy Claudio Slemenson!”.

El 5 de octubre, Claudio no llega a Buenos Aires, ni se contacta de ninguna forma. La situación empieza a preocupar a la familia. El miércoles un compañero de Claudio les confirma que hubo problemas en Tucumán.

Al llegar a Tucumán, los Slemenson se dirigen a la Jefatura de Policía. Ahí conocen a Bárbara Minor, la madre de Hugo Trenchi, y reconstruyen juntos la escena del secuestro. Sabían que estaban presos en la Jefatura porque la camioneta Rastrojero de Trenchi estaba estacionada afuera, los militares se la habían llevado. Los Slemenson trabaron relación con Bárbara Minor, se acompañaron durante los primeros tiempos tras el secuestro. Pero en septiembre del 76, Bárbara fue secuestrada en la ciudad de Salta, y actualmente continúa desaparecida.

En una primera instancia, presentaron habeas corpus y realizaron todos los trámites legales posibles, para obtener su liberación. Lo buscaron en todas las dependencias policiales y militares. La idea de no volver a verlo nunca más simplemente no estaba en su horizonte de posibilidades. Más adelante lo buscaron en penales de todo el país, confiaban que estaría detenido como preso político: “la idea de desaparición no existía, la gente iba presa o se moría. No teníamos la idea de desaparición que tenemos ahora”, afirma Adriana.

Al poco tiempo, Adriana se exilió y sus padres continuaron la búsqueda de Claudio. Fueron años de informaciones cruzadas, poco certeras, poco confiables. A medida que pasaba el tiempo, la desesperación crecía. Tenían la información de que había estado secuestrado en "la Escuelita de Famaillá". Gracias al testimonio de un hombre que estuvo secuestrado con Claudio ahí, en el 2006, pudieron confirmar este dato. Recordaba que Claudio estaba muy golpeado, ensangrentado y con la cabeza vendada.

Durante los años siguientes recibieron llamadas anónimas en las que les anunciaban la liberación de Claudio. La primera vez, les dijeron que lo esperasen a la medianoche en Corrientes y 9 de Julio (Bs. As.). Fueron a su encuentro, pero no apareció nadie. A la tercera llamada, directamente no fueron, “era de un nivel de perversión espantoso, de un nivel de crueldad…esperar la hora para encontrarlo y saber que nos estaban mintiendo”, recuerda Adriana.

Por ser un dirigente estudiantil muy conocido, el caso de la desaparición de Claudio tuvo una gran visibilidad. Se hicieron numerosas solicitadas y la familia recibió la ayuda de distintos espacios políticos en la búsqueda.

Con el tiempo, empezaron a surgir una gran cantidad de versiones sobre el secuestro y la muerte de Claudio. Su caso fue citado en distintos libros. Siempre que esto ocurría, los Slemenson intentaban contactarse con los autores, pidiéndoles que les revelasen sus fuentes. Detrás de cada fuente podía haber testigos, la posibilidad de avanzar en el esclarecimiento de lo que ocurrió luego del secuestro. Algunas versiones eran totalmente apócrifas, sin ningún sustento de pruebas. De cualquier modo, su historia se tornó una suerte de mito popular. Una de las versiones que más se difundió sobre la muerte de Claudio fue la que Martín Caparrós y Eduardo Anguita publicaron en su libro “La voluntad”. Según ésta, Claudio habría sido asesinado cruelmente, asado en una parrilla, mientras sus torturadores intentaban sacarle información. Caparrós, que había sido compañero de Claudio, se negó a revelarle a la familia sus fuentes. Si bien nunca existieron pruebas que confirmasen esta versión, fue una de las que más se diseminó. “Esto nos afectó, mi papá y mamá murieron pensando que murió así…”, afirma Adriana.

Luego del fallecimiento de sus padres, Adriana continúo y continúa la búsqueda de su hermano. "Esperamos 41 años para poder hablar y ser escuchados... de lo que vivió mi hermano y mi familia, porque el recurso de la desaparición forzada tiene una dimensión de una crueldad hacia todos, hacia la misma sociedad, que casi es inimaginable. Porque lo que nos pasa a todos los familiares es que nunca podemos cerrar el duelo. No hay cuerpo, no hay quien, no hay nada... es muy difícil para los padres, y para los hermanos, decretar que un hijo se murió, es algo muy duro... No se dieron cuenta de lo que provocaron. Este gran movimiento de derechos humanos, que lejos de acobardarnos, a pesar de los 41 años, seguimos pidiendo justicia... Mi papá se murió de dolor... son heridas que no logran cerrarse, que uno no sabe si las va a poder cerrar algún día. Mi deseo mayor es poder enterrarlo, cualquier ser humano se merece tener un lugar donde poder ponerle una flor a un ser querido... La recuperación de los nietos, de los hermanos, de los primos, sobrinos, creo que es la única manera de cerrar las heridas".

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