- por Gaby Cruz del Colectivo La Palta para el Diario del Juicio
Después de tres semanas de feria
judicial se reanudó la audiencia del juicio por los delitos de lesa humanidad
cometidos en la provincia durante la última dictadura militar, la Megacausa Jefatura II –
Arsenales II. El jueves 25 se escuchó los testimonios de la causa conocida como
Campopiano, una de las más importantes por ser la causa madre de esta
Megacausa. También pasaron los testigos por el secuestro y desaparición de
Humberto González y Lorenzo Lerma, de Carlos Raúl Osores y de María Jiménez de
Soldati.
El día viernes se escuchó los testimonios
por los casos de Ramón Bianchi, Luis Alberto Soldati y Raúl Vaca Rubio. De esta
manera se concretó la audiencia número 54 de este año, habiendo declarado ya
cerca de 280 testigos.
Jueves 25 de julio
La primera testigo en declarar fue Noemí Cristina Campopiano. Su relato, cargado
de emotividad, recordó lo sucedido el 21 de octubre de 1976, día en que
secuestraron a sus hermanos Gustavo y Julio. “Era un jueves”, dijo con la
precisión de quien guarda una fecha en lo más profundo de su ser. Detalló el
horario y las actividades que cada uno de los que se encontraban en la casa
estaba realizando cuando un grupo de personas ingresó al domicilio y se llevó a
su hermano Gustavo. Esa tarde no habían encontrado a Julio, pero esa misma
noche volvieron por él.
Julito, como le decían sus afectos,
volvió a su casa y al saber lo que había ocurrido decidió ir a buscar a su
hermano. Llamó a su amigo Pedro Dilascio y juntos salieron de la casa para
averiguar lo que pudieran del paradero de Gustavo. A los pocos minutos volvió
Pedro. Contó que unas personas que se encontraban en un automóvil estacionado
cerca del domicilio los siguieron y, tras preguntar quién era Campopiano,
secuestraron a Julio. Desde entonces la familia se dedicó a hacer cuanta
gestión estuviera a su alcance, a golpear cientos de puertas y a no bajar los
brazos ante nada. Así fue como Adelaida Carloni de Campopiano empezó una
búsqueda que no se detuvo nunca, porque aún con su muerte, en el año 2008, el
legado de su lucha está en todas las mujeres que cubrieron sus cabezas con el
pañuelo blanco. ‘Pirucha’, como se la recuerda a Adelaida, fue una de las
fundadoras de la filial Tucumán de Madres de Plaza de Mayo.
Gustavo volvió. A su regreso contó que
estuvo secuestrado en el Arsenal Miguel de Azcuénaga, donde además fue torturado. Allí escuchó los gritos de su
hermano. Cuando lo liberaron le dijeron que Julio pronto saldría, pero eso no
ocurrió. El testimonio de este sobreviviente del terrorismo de Estado se
incorporó a este juicio por lectura.
Ada Celia Campopiano tenía 11 años
cuando vio por última vez a su hermano Julio. “Mi hermano tenía 17 años, tenía
una vida por delante, tenía su pensamiento claro, era una persona solidaria”,
le dijo al tribunal en su declaración. Y antes de retirarse agregó: “Quiero que
se haga justicia, no solamente por mi hermano, sino por todos los desaparecidos”.
Carlos Raúl Osores, al que le decían el
‘Petiso’, fue secuestrado en agosto de 1976. Su hijo, Ricardo Oscar, y su
esposa Matilde del Valle Escobar declararon también el día jueves 25. Ricardo
tenía 4 años y estaba con su papá cuando un grupo de personas armadas
ingresaron a su casa. “En ese momento se llevaron a mi viejo, se lo llevaron y
nunca más lo volví a ver”, dijo. “Toda esta sangre después de 37 años…es como
escarbar dentro de uno”, reflexionó Matilde intentando que su voz no se
quebrara. “Espero que se haga justicia”, agregó después esta mujer que revivió
el horror vivido cuando desaparecieron a su marido y padre de sus dos hijos.
El último en declarar el jueves fue
Enrique José Soldati. Su esposa, María Isabel Jiménez, tenía 41 años cuando fue
secuestrada el 28 de mayo de 1977. Era ingeniera electrónica y ejercía como
profesora en la Escuela Técnica N° 3 y en la Facultad Regional Tucumán de la
Universidad Tecnológica Nacional (UTN) donde, además, había sido decana. María
Isabel permanece desaparecida.
Viernes 26 de julio
La primera testigo en declarar el día
viernes fue otra de las fundadoras de la filial tucumana de Madres de Plaza de
Mayo. Clara Nélida Medina, madre de Ramón Bianchi, detenido desaparecido en
1976, habló de su lucha y su búsqueda. “No sabíamos que esto era tan grande”,
dijo esta mujer de 89 años que tuvo que soportar el maltrato de Monseñor
Conrero. Su hija, Patricia Rizo, también dio testimonio el mismo día. Patricia
acompañó a su madre a todos los lugares que pudo desde que Ramón fue
secuestrado. Recordó que ‘Nely’ buscó a su hijo entre los cadáveres en el
Cementerio del Norte. Que también fue a un cañaveral en Los Vázquez donde
encontró cinco cuerpos embolsados.
Nely había hablado con un policía de
nombre José Figueroa. Llegó a este hombre porque una amiga de Ramón, hermana
del policía, la había contactado. Figueroa la mandó a hablar con otro miembro
de la fuerza policial de apellido Hermosilla. Ramón Hermosilla también declaró
por esta causa el mismo viernes. Dijo no recordar haber tenido esa conversación
con Nélida, pero confirmó que el Servicio de Inteligencia Confidencial (SIC) no
solamente existía sino que era de público conocimiento.
Ramón Oscar Bianchi tenía 22 años y era delegado
del Centro de Estudiantes de la Facultad de Bioquímica. Estaba casado con Rosa
María Socorro Vargas. Rosa estaba embarazada de cinco meses y se encontraba
durmiendo con su esposo cuando ingresaron a su casa. Ante la audiencia contó
como fue el secuestro de Ramón. La tiraron al piso boca abajo y le gritaban “no
mirés”, mientras apuntaban con un arma a su esposo. Desde esa noche no lo
volvió a ver, pero supo que estuvo en el Centro Clandestino de Detención, que
funcionaba en el Arsenal Miguel de Azcuénaga, por las investigaciones que llevó
adelante su suegra Nélida Medina.
Un nuevo testigo se presentó de manera
espontánea en el mes de mayo. Su declaración fue escuchada por el Tribunal el
viernes pasado. Se trata de Joaquín Enrique Ibáñez quien habría realizado la
conscripción junto a Luis Alberto Soldati. Este testigo contó que vio cuando
Luis Alberto se retiraba del ‘Arsenal’ el día 18 de marzo de 1978. Afirmó que a
los pocos minutos salió un automóvil marca Torino donde iba el Teniente Primero
Guerrero. Dijo que luego el vehículo volvió a ingresar y que dentro estaba,
agachado, Luis Soldati. Vio que pasó para ‘el fondo’ y que nunca más volvió a
ver a su compañero conscripto acusado de desertor.
Al finalizar este testimonio que aportó
detalles tal como las fosas comunes en la zona de ‘los polvorines’, donde llegó
a ver restos humanos y ropa quemada y el ingreso de un camión blanco con la
leyenda “Transporte Higiénico de Carnes”; el defensor oficial Ciro Lo Pinto
pidió la palabra. El abogado presentó una documentación que, según dijo,
demostraría que Ibáñez nunca realizó el servicio militar. Además Lo Pinto acusó
directamente al Ministerio Público Fiscal de “fabricar testigos”. Ante esto,
tanto la fiscalía como las querellas exigieron que se realice una investigación
más profunda. “Yo no tengo por qué inventar estas cosas”, afirmó el testigo que
además había confirmado un encuentro entre el imputado Pedro Caballero y la
familia de Soldati.
Las secuelas del horror
La última testigo de la jornada declaró
por la causa de Raúl Alberto Vaca Rubio. Un joven de Metán, provincia de Salta,
que se encontraba estudiando medicina en Tucumán. Raúl fue llevado junto a
María Cristina Romano de Fiad y fue por ella que la familia del joven salteño
supo lo que pasó. La declaración de esta testigo, cuya identidad se preserva,
dio clara muestras de la persecución y el estigma que sufrieron los familiares
de los desaparecidos. Habló del hostigamiento que vivió con tan solo 14 años,
de su silencio para evitar aumentar el dolor a sus padres. Ella supo el horror
que vivió su hermano y soportó el propio durante estos 37 años. Una
sobreviviente que espera por esa justicia que al fin parece llegar.
“Tengo miedo, tengo muchísimo miedo de
olvidarme de Julio. Me olvidé de su voz, no me quiero olvidar de él”, fueron
palabras de Cristina Noemí Campopiano. La primera en declarar el jueves, con
cuyo testimonio se empezó esta crónica. Es que esta familia no solamente supo
que aquel jovencito había sido secuestrado y torturado. Esta familia supo
también que ese estudiante que no había terminado la secundaria fue dejado
morir de la manera más atroz. Fue el ex gendarme Cruz quien había dado los
detalles de su muerte. “No me imaginaba cómo alguien puede morir de tétanos”,
dijo Noemí, “me puse a averiguar”.
Saber el calvario que vivió quien uno
ama, imaginarse su sufrimiento y su agonía reproduce un calvario propio que
hace pensar que es imposible seguir adelante. ¿De dónde se saca las fuerzas? Ni
si quiera quien ‘siguió adelante’ lo sabe con certeza. Pero son todas estas
historias, el tener a los responsables de tanto horror juzgados y condenados,
el saber que, a pesar de todo, no hay venganza y solo se busca justicia, lo que
devuelve la paz que hace posible seguir viviendo con las secuelas, con las
heridas.
“Te estoy tejiendo un par de alas. Sé
que te irás cuando termine, pero no soporto verte sin volar. Hoy te tengo que
dejar ir”, reflexionó Noemí antes de terminar.
Gaby Cruz en twitter @cgabyc
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